jueves, 15 de octubre de 2009

remangarse cuando hace falta

Acabo de terminar de leer un libro titulado Atrapados en el hielo en el que Caroline Alexander relata la expedición de Sir Ernest Shackleton y 27 hombres más por los mares del Atlántico Sur a bordo del Endurance.

No voy a contar aquí las penalidades que pasaron estos hombres en los hielos durante muchos meses mientras que el mundo se batía en la primera gran guerra del siglo XX, pero me ha llamado bastante la atención un comentario del capitán del Endurance, Frank Worsley, que escribía en su diario: " La popularidad de Shackleton entre los que dirigía se debía al hecho de que no era la clase de hombre que pudiera hacer solamente cosas grandes y espectaculares. Cuando la ocasión lo precisaba, se encargaba personalmente de los detalles más nimios... A veces los más irreflexivos podían pensar que era quisquilloso y sólo después entendimos la suprema importancia de su incesante vigilancia..."

Qué diferente sería el mundo si todos aquellos que ocupan cargos de responsabilidad: dirigentes políticos, altos mandatarios, empresarios, profesores, padres y madres de familia, etc., incluyeran en su listado de motivaciones algo como Shackleton, el bien de quienes les acompañan.

Para ello obviamente hay que ser de los que son capaces de cosas grandes y también pequeñas, de los que se remangan cuando hace falta y se ponen codo con codo con los que están bajo su mandato o su dirección sin importar cual sea el estatus de cada uno. Evidentemente, también sería muy interesante que los que normalmente figuran como subordinados supieran valorar ese hecho en caso de producirse y que entendieran que tal cosa no indica que a partir de hay se puede empezar a faltar al respeto.

No es fácil ninguna de las dos cosas porque no es ni muchísimo menos lo que tenemos por costumbre, pero puesto que vemos que tal como lo hacemos habitualmente no funciona bien, no estaría de más intentar el cambio y analizar los resultados.

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